domingo, 14 de noviembre de 2010

Flor de Primavera

Es cierto que en la dulzura de las palabras se esconden las grandes historias, esas que de niño te contaron y de las que solo recuerdas algunos retazos, los importantes. Son las historias de siempre, de los abuelos, de las noches estrelladas, del arrullo crepitante de un fuego. Son palabras, solo palabras, palabras que un día te enseñaron, y que otro día alguien te recordará.

Esta es la historia de una flor. No era una flor cualquiera, no, sino que era la flor más bella de todos los jardines.
Al principio era una pequeña florecilla; diminuta y casi inapreciable entre la inmensidad de las flores y hierbas del jardín, pero ella sabía que era diferente a todas las otras flores. Lo sabía por que su papa y su mama le habían enseñado que en su interior existía algo que la llevaría más lejos y más alto de lo que ninguna otra flor llegaría por sí sola. Y es que cuando nació sus padres le entregaron el mayor regalo, lo más importante que ellos tenían, le pusieron un sello en el corazón; era una marca que no se ve, pero está ahí, un signo que nunca se podría borrar, un signo que no la dejaría sola jamás. Sus padres no supieron explicarle que era aquel regalo tan diferente a los regalos de las demás florecillas, una tenía un pétalo azul, otra dos bonitas hojas, una con una bolsa de polen por aquí, otra con un perfume extraordinario por allí.

Ella tampoco lo entendió y se enfadó con su papa y con su mama y pasó mucho tiempo sin querer nada de ellos, tanto que se alejó y ya no escuchaba nada de lo que le decían.
Las demás florecillas le preguntaban cual había sido su regalo y ella siempre evitaba contestar o mentía diciendo que lo había perdido, cada vez que se lo preguntaban intentaba no acordarse de su regalo y acabó por olvidar lo que la hacía distinta al resto de flores del jardín, aquel sello en el corazón.
Se pasaba el tiempo con las otras florecillas, con la de pétalos azules, con aquella que tenía muchas hermanas, con la que tenía el mejor perfume, con la de vivos colores, siempre buscando algo distinto, siempre deseando lo que otras tenían y ella no, siempre intentando complacer a las otras para que fueran sus amigas, para no estar sola y sentirse diferente.

Fueron pasando los días, y las semanas, y los meses, y se fue acercando el invierno. Con el paso del tiempo se cansó de fingir delante de todo el mundo y estaba siempre seria y triste. Como no entendían lo que le pasaba, el resto de florecillas no podían ayudarla y al acercarse el invierno ella se fue apartando y quedándose sola.

En su soledad no se dio cuenta del frío y de que todas las flores se iban retirando hasta la primavera. Y llego el viento del norte, con la lluvia, con el frío y con la nieve y con la oscuridad y con la soledad. Fue en soledad que empezó a recordar todo aquello que no tenía, no tenía abrigo, no tenía calor, no tenía amigas, no tenía un bonito color, ni un magnífico perfume, no tenía muchos pétalos, y se acordó de que tampoco tenía a su familia, a su papa y su mama, ni tenía sus abrazos…… se acordó de que sí tenía aquella marca en el corazón......

No hay comentarios: