Que lejos queda aquel día gris en que olvidé tu rostro. Ahora intento recordarlo día tras día y noche tras noche. Suspiro entre horas de hastío y desconsuelo. No encuentro en mi horizonte la alegría de tus pasos, ni la dulzura de tus palabras. ¿Será por vanidad? Todo lo hago, pero casi todo lo dejo; ¿Te dejo a ti también por vanidad? No, no puedo dejarte si nunca te tuve, es eso lo que mi oscuridad promulga al viento, no perder nada, a nadie, porque nada tengo y nadie a quien hacer olvido, nadie a quien llorar.
No es más que miedo; miedo a ti, a ellos, a mi, solo miedo y terror. Alguien dijo una vez, (o debería haberlo dicho) que él miedo tiene cabida, pero la cobardía, la cobardía atenaza el corazón para hacerte flaquear, para hacerte olvidar quien eres, cual es tu verdadera misión. No es el estudio, ni el trabajo, ni la familia, ni tu esfuerzo, ni tus proyectos; es simple, sencillo y te va la vida en ello, la verdad es tu misión, es la misión.
No rebusques en lo profundo explicaciones vagas que te hagan desistir, no hay motivo más allá de la verdad y el amor. No hay nada más allá, nada excepto el llanto y el dolor de la soledad, el sufrimiento que sojuzga al mundo, la soledad completa.
Ahora, en esta noche de los tiempos pretéritos, en que las heridas no existentes sangran; ahora que los sueños se alejan por entre las nubes de la discordia, se muestra un camino de estrellas durmientes que susurran al viento las palabras, palabras extrañas al oído de las azucenas que vigilan tu casa en las horas sombrías del corazón, de mí corazón.
¿Dónde acaba mi vanidad? ¿Cómo borrar algo que no sé encontrar? Algo que no quiero encontrar, mi debilidad. Para que buscar mi error si ya he encontrado el tuyo, el suyo y el de los demás. Ya hay suficientes errores para que algo pueda funcionar.
Que alegría que todo esto sean palabras vacías y para olvidar, que quizá nadie nunca deba encontrar.
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